El viejo muro suscita la impresión de poseer vida propia, únicamente por su cercanía a la extinción. Está plantado en la periferia del jardín, como reclamando su propio espacio, como queriendo escapar de aquella casa con la que comparte el peso de la decadencia.
El marco, con sus cuatro líneas de corte limpio, puntas agudas y ángulos rectos, conjugado con la superficie estéril e irregular, conforman un monstruoso tablero de ajedrez, en sus casillas de podridas losas rojinegras y cemento desnudo, escorpiones y ratas, orín, lluvia y mierda de pájaros desarrollan inútiles batallas, capítulos de una guerra perpetua que toda facción tiene perdida antes de iniciada la lucha.
El muro y yo, somos entonces escenarios servidos para albergar causas inútiles, olvidadas. Por eso me resulta provechoso, y no por otra cosa permanece en mi recuerdo.
hell yeah!
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