La primera vez que escuché a los Red Hot Chili Peppers fue en casa de mi padre en MTV. Era el videoclip de Love Rollercoaster. Con 10 años no terminaba de entender por qué habían caricaturas en un videoclip, por qué no pertenecían a un show más completo que durara media hora y lo repitieran todos los días en la mañana.
Había algo que no estaba bien. Eran caricaturas, pero no me sentía como si estuviera viendo algo permitido. En cualquier momento alguien me iba a regañar por estar viendo esto, lo presentía pero no me importaba. Era genial y quería más. No le conté a nadie en el colegio de MTV por un buen tiempo, no sabía cómo explicarlo y no quería que me regañaran.
Luego crecería con ellos. Siempre presentes mientras estudiaba, mientras leía y más tarde mientras conducía con mis amigos en los largos viajes a las playas y montañas oyendo Californication o Road Trippin'.
Los vi en vivo una vez. Casi primera fila, fue genial. El concierto me lo habían regalado unos amigos por mi cumpleaños, costó 35 bolívares la entrada. En el 2002 ni siquiera sabía que las bandas hacían encore y por momentos pensé que se había terminado todo a la mitad. El primer encore es sorpresa.
De a momentos consideré tatuarme el logo de la banda. Nunca lo hice. Sigo pensando que algún día cuando tenga una casa propia pondré un cuadro enmarcado gigantes con la portada de Californication.
Luego de tantos años, y un par de discos que no conectaron conmigo como antes, es extraño escuchar sus canciones y recordar que las sé todas de memoria. Como montar bicicleta podría decir.
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